POR FRANCISCO FELIPE FIGUEROA
Prometeo entrega a los humanos el fuego y las artes que ha conseguido en el taller de Hefaistos y Atenea. Con ello les da la posibilidad de crear, aprender, valerse y ser dueños de su destino. Acto generoso que está en el origen de la creación artística, de la ciencia –el recuerdo y aprendizaje de la experiencia, cualidad de Prometeo– y de la técnica.
El juego es también aprendizaje y creación, en su forma más elemental, y forma parte imprescindible de nuestro desarrollo como personas, del conocimiento de nosotros mismos y de los demás con quienes convivimos y participamos en el juego, con quienes, como seres sociales que somos, compartimos el espacio público.
A menudo se conciben los juegos públicos como algo exclusivo de la infancia y, a lo sumo, adolescencia. Sin embargo se hacen cada vez más necesarios conceptos que nos incorporen a todos, susceptibles de que compartamos el juego y el disfrute, los momentos de liberación de nuestras energías internas, y el reconocimiento de nosotros mismos; conceptos que superen lo exclusivamente lúdico e incidan en el espacio en que se ubican, integrándose en él y colaborando a vertebrarlo, es decir, conceptos y elementos con una doble vocación: lo lúdico y lo estético, aunados en el ámbito en que los ciudadanos se desenvuelven.
No son ya juegos, o simplemente juegos, ni meramente unas piezas más de mobiliario urbano con diseño sofisticado: son también instalaciones de carácter escultórico que aspiran a romper la distancia entre el arte actual y los ciudadanos, integrándose en nuestra cotidianeidad, y elementos cualitativos que enriquecen el entorno en que nos desenvolvemos, puntos de atracción en torno a los que pivota el espacio en derredor y que contribuyen a reestructurarlo, tanto visualmente como por su uso, pero huyendo de la sobrecarga visual que suponen habitualmente el conjunto de intervenciones de elementos urbanos.
Tal vez algo así soñó ya Isamu Noguchi, arquitecto, escultor, diseñador de jardines, con sus parques y esculturas que son juegos con los que se puede interactuar a niveles insospechados por los conceptos habituales de “juego infantil”, piezas que enriquecen nuestra vida y el espacio en que nos movemos.
Prometeo entrega a los humanos el fuego y las artes que ha conseguido en el taller de Hefaistos y Atenea. Con ello les da la posibilidad de crear, aprender, valerse y ser dueños de su destino. Acto generoso que está en el origen de la creación artística, de la ciencia –el recuerdo y aprendizaje de la experiencia, cualidad de Prometeo– y de la técnica.
El juego es también aprendizaje y creación, en su forma más elemental, y forma parte imprescindible de nuestro desarrollo como personas, del conocimiento de nosotros mismos y de los demás con quienes convivimos y participamos en el juego, con quienes, como seres sociales que somos, compartimos el espacio público.
A menudo se conciben los juegos públicos como algo exclusivo de la infancia y, a lo sumo, adolescencia. Sin embargo se hacen cada vez más necesarios conceptos que nos incorporen a todos, susceptibles de que compartamos el juego y el disfrute, los momentos de liberación de nuestras energías internas, y el reconocimiento de nosotros mismos; conceptos que superen lo exclusivamente lúdico e incidan en el espacio en que se ubican, integrándose en él y colaborando a vertebrarlo, es decir, conceptos y elementos con una doble vocación: lo lúdico y lo estético, aunados en el ámbito en que los ciudadanos se desenvuelven.
No son ya juegos, o simplemente juegos, ni meramente unas piezas más de mobiliario urbano con diseño sofisticado: son también instalaciones de carácter escultórico que aspiran a romper la distancia entre el arte actual y los ciudadanos, integrándose en nuestra cotidianeidad, y elementos cualitativos que enriquecen el entorno en que nos desenvolvemos, puntos de atracción en torno a los que pivota el espacio en derredor y que contribuyen a reestructurarlo, tanto visualmente como por su uso, pero huyendo de la sobrecarga visual que suponen habitualmente el conjunto de intervenciones de elementos urbanos.
Tal vez algo así soñó ya Isamu Noguchi, arquitecto, escultor, diseñador de jardines, con sus parques y esculturas que son juegos con los que se puede interactuar a niveles insospechados por los conceptos habituales de “juego infantil”, piezas que enriquecen nuestra vida y el espacio en que nos movemos.
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